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Tricia Tunstall

09-01-2017

En mi columna del mes pasado, escribí sobre los 101 jóvenes músicos del icónico Walt Disney Concert Hall en julio: la primera orquesta nacional del Sistema en Estados Unidos, la Take a Stand Festival Orchestra de Los Ángeles. Fue un hito no sólo para esos jóvenes músicos, sino también para todo el movimiento estadounidense inspirado en El Sistema.

Este mes, les traigo noticias de casi el doble de jóvenes músicos del Sistema en un escenario, sólo unos días después del festival de Los Ángeles - esta vez en un antiguo icono arquitectónico, el Odeón de Herodes Atticus en Atenas, Grecia. Era el cuarto campamento de verano de la Joven Orquesta del Sistema Europa (SEYO), que reúne a los miembros de los programas del Sistema en más de veinte países europeos para una semana o más de ensayos rigurosos y un concierto culminante.

Me sentí profundamente afortunada de poder asistir a ambos encuentros, y hubo tantas resonancias entre ellos. Los niños de SEYO, al igual que nuestros niños del Festival Take a Stand, fueron entrenados por profesores y directores de muchos de los programas participantes. La energía entre los entrenadores y los alumnos fue igualmente explosiva: los entrenadores, infinitamente enérgicos, y los niños, llenos de entusiasmo y apoyo mutuo, además de una especie de ambición loca. El concierto de la SEYO, al igual que el de Los Ángeles, fue interpretado y recibido con júbilo. Y en Atenas, al igual que en Los Ángeles, se produjeron improvisaciones durante los bises. (Es posible que esto siga siendo una característica de las actuaciones del Sistema. Si es así, ¿deberían nuestros programas incluir más aprendizaje sobre cómo improvisar bien?)

El campamento de la SEYO de este año presentó nuevos tipos de inclusión, de los que podríamos aprender en Estados Unidos. Por un lado, había dos conjuntos, una orquesta junior y otra senior; tocaban por separado y luego se unían para el final. Por otro lado, la SEYO invitó a los niños de El Sistema Grecia, algunos de los cuales son refugiados sirios y afganos en un campamento cerca de Atenas, a unirse a ellos en las partes corales de varias piezas. Y esos niños -eran muy pequeños; algunos parecían tener sólo cinco o seis años- fueron un núcleo de vigor, dulzura y esperanza en el corazón mismo del concierto. Tal vez la enseñanza sea simplemente ésta: cada actuación del Sistema adquiere un poder exponencial cuando alcanza la inclusión radical.

Editorial
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