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Confianza de la Comunidad
Alex Rosales García, artista docente/fagotista
Los inmigrantes indocumentados comparten la experiencia única de enfrentarse finalmente a las implicaciones de su estatus legal. En mi caso, esa comprensión se desarrolló en la escuela media, seis años después de que cruzara la frontera con Estados Unidos en 1995, con sólo zapatos, pantalones y una sudadera. Mi revelación llegó el día en que nuestra clase se enteró de un viaje escolar a Washington D.C. Mi madre comentó que no tenía una identificación aceptable para el viaje escolar. Además, no podría obtener un permiso de conducir, trabajos con beneficios, elegibilidad para la ayuda financiera de la universidad, o la posibilidad de viajar fuera del país. Se me instruyó para que evitara las interacciones con los agentes de policía y para que fuera selectiva en cuanto a a quién le decía la verdad.
Casi 20 años después, juré la ciudadanía estadounidense en el Centro de Convenciones de Los Ángeles, lo que supuso la conclusión de un arduo proceso de inmigración que duró décadas. Para entonces, tenía 26 años y estaba terminando un certificado de posgrado. No fue hasta que empecé a dar clases para YOLA que me di cuenta del valor de mis experiencias pasadas, y de las ventajas que me proporcionaban a la hora de conectar con los estudiantes/familias.
Los estudiantes indocumentados se enfrentan a la persistente adversidad de sentirse como un extranjero perpetuo, especialmente cuando escuchamos una retórica cada vez más divisiva sobre los males de la "invasión de extranjeros ilegales". El resultado es la falsa percepción de ser un "sub-residente", sin lugar en la sociedad; a menudo, pierden simultáneamente la conexión con su país de origen. Durante mi infancia, me sentía más cómodo en los programas en los que los educadores celebraban la diversidad integrando las similitudes entre las culturas, animando a los estudiantes a sentir un sentimiento duradero de propiedad y orgullo por sus comunidades.
Las barreras lingüísticas, el choque cultural y la retórica cada vez más xenófoba son los retos que acompañan al inmenso valor y sacrificio que supone para los padres indocumentados construir un nuevo hogar. En YOLA at EXPO, se anima a los artistas educadores a reunirse individualmente con los padres. Esto me permite presentarme y expresar mi gratitud a los padres que han mencionado previamente su condición de indocumentados. Reconocer y celebrar a los padres de los jóvenes indocumentados es crucial para la formación de una comunidad duradera.
Mientras los educadores luchamos por un cambio compasivo en nuestro sistema de inmigración, podemos centrar nuestros esfuerzos en combinar nuestros conocimientos compartidos en estrategias que fortalezcan nuestros programas y comunidades.
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