Fatalismo positivo y proyectos de música social en Kinshasa, RD del Congo
"Es más fácil estar del lado del agente del cambio, que del lado de la persona cuya situación se cambia".
-Henri van Praag (1916-1988)
En Kinshasa, la mayoría de la población, que se acerca a los 10 millones, subsiste con menos de 2 dólares al día, y eso en un lugar donde la vida, en el mejor de los casos, es cara. Muchas personas viven en una pobreza atroz. Viven en modo de supervivencia. La enfermedad, el hambre y la muerte son omnipresentes. Hay pocas perspectivas de mejora; al contrario, el nivel de vida parece estar empeorando para millones de personas en Kinshasa. Además de la lucha por la supervivencia, deben contar con los políticos, la policía y los soldados, que pueden acosarles o robarles, o cosas peores.
A menudo he pensado que los habitantes de Kinshasa deben estar absolutamente desesperados. Para un europeo de clase media, su situación parece terrible. ¿Cómo puede la gente empezar a vivir con sentido allí?
Pasé mucho tiempo en Kinshasa para mi investigación doctoral sobre la influencia de la práctica musical estructurada y la enseñanza en la vida de los jóvenes en condiciones de vida difíciles. En mi libro La música los salvó, dicencomparto con músicos y trabajadores sociales activos en proyectos de música social lo que aprendí de los proyectos musicales que estudié entre 2012 y 2016 en Kinshasa, República Democrática del Congo. Seguí y estudié a dos grupos de jóvenes músicos de entornos sociales complicados que participaban en proyectos de música social: (1) hombres adultos jóvenes que eran miembros de bandas violentas, y (2) hombres y mujeres adultos jóvenes que sobrevivían en las calles de Kinshasa como niños llamados "brujos", sospechosos de brujería y, en consecuencia, condenados al ostracismo por sus propias familias.
¿Cómo han conseguido estos jóvenes adultos, a lo largo de los años, seguir estudiando y haciendo música, mientras que gran parte de sus vidas siguen predeterminadas por la pobreza y la inseguridad? Ganan poco o ningún dinero con la música, por lo que apenas mejoran su situación económica. Entonces, ¿dónde siguen encontrando la energía y la motivación para hacer y aprender música? En un entorno como el de Kinshasa, hacer música debe significar algo muy especial. ¿Cómo puede la música ofrecer luz en la oscuridad?
Mis jóvenes amigos congoleños de Kinshasa tienen una visión diferente de la realidad que yo considero desesperante. Durante mis cuatro años de trabajo de campo, descubrí cómo la gente de la capital congoleña aplica un significado diferente al concepto de "normalidad". La pobreza y las difíciles condiciones de vida que se derivan de ella son consideradas por muchos congoleños como normales. Esta es su condición "normal". (También en Gaza, a través de mi participación en los proyectos de Music Fund y Glazza, ya había visto cómo, para muchas personas, concebir los límites que se les imponen como "normales" había llegado a significar simplemente seguir adelante e intentar sacar lo mejor de las cosas, cada día de nuevo).
Muchos congoleños son fatalistas y se resignan a la situación en la que viven. En contextos de supervivencia similares, muchos de nosotros quizá nos resignemos a nuestro destino con la misma firmeza. Puede que sea un mecanismo de defensa universal aceptar, como podamos, las situaciones en las que vivimos, para intentar mejorar nuestras circunstancias con la creatividad y la energía que poseemos, o al menos para hacer las cosas algo más aceptables.
Reclamar la vida es precisamente lo que los jóvenes músicos de Kinshasa compartieron conmigo como motivación para seguir haciendo música, ya que representa su intento de ganar control sobre su existencia.
¿Podría una actividad como hacer música ser un trampolín para los jóvenes, una forma alternativa de tomar las riendas de una situación caótica, lúgubre y extremadamente pobre? Lo que quería intentar comprender como investigadora era precisamente la relación entre la situación aparentemente desesperada de Kinshasa y el placer y la esperanza que genera hacer música. Es un fenómeno que he experimentado, estudiado y desentrañado muchas veces a lo largo de mis años de trabajo de campo allí, junto a los jóvenes participantes en mi investigación.
Los músicos a los que seguía la pista, antiguos miembros de bandas de Kinshasa, tocaban música de percusión tradicional congoleña. Durante el estudio, se quejaban constantemente de que ganaban muy poco con ello, porque la música tradicional solía estar mal vista. Les pregunté por qué, en ese caso, perseveraban. Resultó tener mucho que ver con el flujo, un estado en el que uno se siente bien dentro de sí mismo, donde la percepción del tiempo se evapora. Los artistas conocen bien esta sensación. Si la gente puede seguir creando arte incluso en situaciones de supervivencia, esto es sin duda también un complemento del flujo. Al hacer música, se crea un mundo diferente, más fino, en el que uno está al mando y en el que se consigue un objetivo creativo conjunto. En palabras de un antiguo miembro de una banda violenta:
"Aunque no haya comido ni bebido nada, lo olvido por completo cuando toco música. Cuando estoy trabajando con mi instrumento y con otros músicos, nada más importa. Incluso el dinero. No tengo ningún problema en tocar sin dinero; realmente no importa. El placer de hacer música está por encima de todo lo demás. Si no lo tuviera, quizá habría dejado la lucha diaria de esta vida hace mucho tiempo. Incluso cuando las cosas han sido realmente difíciles y estoy sin blanca, me entrego a ello. Lo veo como una inmersión en la música, me siento uno con ella".
No se trata de un comportamiento de evasión. El caos, la miseria y la pobreza extrema de Kinshasa no van a desaparecer por la actividad de hacer música. Pero estos jóvenes nos dicen que tocar música aporta algo valioso a sus vidas: no recursos económicos adicionales (a lo sumo, un beneficio ínfimo), sino momentos de libertad. Se declaran firmes en su intento de no ser "desposeídos" por las barreras que les impone la pobreza. Incluso dentro de la "esclavitud" física, quieren guardar y preservar su preciosa libertad psicológica. Han decidido vivir sus vidas a un nivel más profundo que el de la simple supervivencia. Y es precisamente la fuerza y la energía que necesitan para ello lo que obtienen al optar por una filosofía de vida que acepta, hasta cierto punto, su suerte y las limitaciones de sus oportunidades. Llamemos a esto un tipo de "fatalismo positivo".
Nota del editor: Nuestro editorial en este número es de uno de los cofundadores de Superar, Gerald Wirth.
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