José Antonio Abreu: Un recuerdo y una celebración

 
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José Antonio Abreu: Un recuerdo y una celebración

Rodrigo Guerrero, Director de Programas, Desarrollo Creativo de la Juventud, Consejo Cultural de Masas; anteriormente Subdirector de Desarrollo Institucional y Asuntos Internacionales, Fundamusical, Venezuela

01-02-2016

 

Gustavo Dudamel, Rodrigo Guerrero, José Antonio Abreu. Toronto, 2009.

Estaba en un coche el sábado24 de marzo, cuando de manera muy venezolana, me enviaron un mensaje por WhatsApp con la triste noticia. El maestro Abreu había fallecido. Mi reacción inmediata fue un reflejo profesional, uno perfeccionado después de muchos años en la oficina del Maestro: confirmar la noticia, obtener los hechos, hacer un plan, ofrecer asistencia... Durante el resto del viaje, estuve tecleando y llamando furiosamente para asegurarme de que la información se manejara correctamente y de la manera más respetuosa que él merecía. Los mocos y las lágrimas quedaron a un lado; había trabajo que hacer.

Pero, como muchos, también me inundó un sentimiento mixto de admiración y pérdida: la pérdida de la fuerza de la naturaleza que hizo que los colores de mi país brillaran en el foco internacional como brillantes faros de esperanza para la educación artística. ¿Cómo podríamos hacerlo sin su guía?

¿Y cómo haría yo sin él?

Abreu siempre ha estado presente en mi vida de una u otra manera. Crecí en una casa donde los conciertos semanales de la original Orquesta Sinfónica Simón Bolívar en el Teatro Teresa Carreño eran un elemento básico de mis actividades de fin de semana con mis padres. No era realmente consciente, en ese entonces, de que esos conciertos eran gratuitos, o casi gratuitos; que esa orquesta inmaculada tocaba a un nivel que sería la envidia de muchas metrópolis del mundo; que los compositores latinoamericanos rara vez eran interpretados en otros lugares; y que el hombre bajito y calvo que mi padre saludaba respetuosamente de vez en cuando era el artífice de esos conciertos.

Verán, yo crecí en un país en el que los conciertos de orquesta gratuitos eran la norma, en el que los músicos profesionales prosperaban en su práctica y eran miembros apreciados de la comunidad, en el que los nuevos conjuntos florecían en las pequeñas ciudades y comunidades a un ritmo tan rápido que dejó de ser noticia para mis oídos. Y eso era gracias al maestro José Antonio Abreu.

Yo era una niña del club de teatro, y el teatro era mi pasión; la música era el reino de mi padre y mi hermano. Mi adolescencia la pasé en el escenario, fuera del escenario y entre bastidores, y antes de terminar la escuela secundaria ya me estaba abriendo camino en el mundo de las artes: como voluntario en organizaciones culturales, escribiendo para pequeños periódicos, lo que sea. Durante todo este tiempo, el nombre de Abreu siguió apareciendo. Fue director del Consejo Nacional de las Artes y Ministro de Cultura; contribuyó a la fundación y financiación de muchas compañías y conjuntos, conservatorios e institutos de arte; su nombre aparecía siempre en las listas de invitados, en las listas de ponentes de los eventos y en los agradecimientos de los programas.

Después del instituto, me topé con un trabajo a tiempo parcial en la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar. Quería ser periodista y quería trabajar en el mundo de las artes, así que solicité una pasantía en su departamento de prensa, y volví a casa, al mismo teatro en el que tantos de mis conciertos de fin de semana tuvieron lugar. Las oficinas estaban situadas en el complejo del teatro Teresa Carreño, a un paso de la sala que fue sede permanente de la SBO. Todos los viernes a las 5 de la tarde, el maestro Abreu entraba, con un tren de gente detrás; el trabajo continuaba hasta el último minuto, justo cuando el concertino tomaba su asiento en la orquesta, a escasos metros.

Los diecisiete años siguientes son un poco borrosos. De la misma manera que el Maestro era capaz de señalar a un violinista dentro de una orquesta para que arreglara un arco o consiguiera la textura adecuada para un pasaje, yo fui llamado a formar parte de las filas. Mis mundanos comunicados de prensa y mi trabajo de archivo fueron dejados de lado por otras tareas: primero, para ayudar a los invitados que no hablaban español, y finalmente para traducir para el propio Maestro en presencia de reyes y reinas, presidentes y periodistas. Escribí discursos con él hasta altas horas de la madrugada, y los corregimos hasta el último minuto. Muchas veces, mientras caminaba detrás de él hacia los podios para sus discursos, me decía "presta atención, he hecho cambios" sin siquiera romper su paso. El trabajo nunca estaba realmente hecho.

En esos años, vi a muchas personas acercarse a él, tanto en privado como en público, para pedirle orientación y consejo. En todas las ocasiones, el Maestro animaba a que el trabajo creciera. "No puedo decirte qué hacer en tu comunidad", decía, "sólo puedo decir lo que funcionó en la mía, y ofrecerte toda mi experiencia para encontrar juntos lo que funcionará en la tuya". Siempre estuvo abierto a colaboraciones y ejercicios conjuntos, siempre soñando con crear y apoyar redes cada vez más amplias como la que él creó para nuestro país.

Abreu era conocido por muchos dichos. Uno de los más famosos, para cualquiera que se comprometiera con él en cualquier tipo de trabajo, solía pronunciarlo durante los agotadores ensayos sin final a la vista, o las horas de viaje que llevaban a más trabajo en entornos desconocidos, o las reuniones de los sábados a primera hora con café negro, cuando alguien se atrevía a decir que estaba cansado: "Para descansar, el descanso eterno". "El descanso vendrá, cuando el descanso eterno sea debido". Muchos lo repetíamos tanto en serio como en broma a lo largo de los años; era el segundo lema, invisible en pequeñas letras invisibles, debajo de "Tocar y Luchar". El significado era claro: siempre hay trabajo que hacer; la necesidad es demasiado grande; eres demasiado útil para parar.

El maestro Abreu se ha ganado su descanso. Al reflexionar sobre todo lo que se ha conseguido gracias a su incansable labor, siento admiración y gratitud, pero sobre todo el peso de continuar con este trabajo en el que todos estamos comprometidos. El legado del Maestro no es de ociosidad: para él, cada momento era una oportunidad para promover los objetivos de más arte, más inclusión y más empoderamiento de los jóvenes a través de este trabajo. Su alegría era siempre evidente cuando un joven estudiante de una pequeña ciudad se convertía en un músico de talento o en un líder de la comunidad, y más discreta cuando se convencía sutilmente a los políticos o a los financiadores para que apoyaran algo que normalmente no apoyarían. Utilizó todas las herramientas a su disposición. Y nos convirtió a muchos de nosotros en esas herramientas para que el trabajo siguiera adelante, incluso más allá de él.

Seguir haciendo este trabajo ahora, de forma visible, orgullosa, armoniosa y siempre creciente, es el único homenaje adecuado que conozco.

"Concluiré estas palabras expresando, desde el fondo de mi alma, un profundo anhelo:

Que a partir de hoy, todos nosotros alentemos, con todas nuestras fuerzas, un Movimiento Musical Juvenil Mundial sabiamente instituido, símbolo orgulloso de una auténtica e inédita Cultura Universal de Paz.

De todo corazón, aspiramos a dedicar el resto de nuestra existencia al al sueño de un Nuevo Arte Musical que, más allá de su dimensión estética, brille como glorioso emblema del inmenso y sublime desarrollo humano y de la renaciente conciencia moral conciencia moral renaciente, Templo de la Belleza y de la Verdad; Paraíso del Amor y de la Esperanza, para todos los hijos del del Mundo".

José Antonio Abreu, discurso de aceptación del Polar Music Prize 2009

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