Del editor

 
El Ensemble busca conectar e informar a todas las personas que están comprometidas con la educación musical de conjunto para el empoderamiento de los jóvenes y el cambio social.

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Tricia Tunstall

07-01-2018

"Los teléfonos móviles y las redes sociales".

Esa fue la escueta respuesta que obtuve de una profesora del Sistema con la que hablé recientemente, cuando le pregunté por qué decía que su trabajo es cada vez más difícil, no más fácil. Añadió: "Y este año se ha intensificado mucho; el problema es peor que nunca".

Hemos oído comentarios similares de otros profesores del Sistema, y no sobre los niños que intentan pasar tiempo frente a una pantalla durante los ensayos de la orquesta. El verdadero problema es la forma en que las mentes de los niños -sus cerebros, para ser exactos- están siendo moldeadas por su amplia experiencia con las pantallas fuera de la escuela y del programa de música. No es ningún secreto que las redes sociales están diseñadas para fragmentar la atención y diseñadas para ser adictivas. Como decía un artículo de opinión del New York Times, cuando "usas las redes sociales de la forma en que están diseñadas para ser usadas... se hace difícil dar a las tareas difíciles la concentración ininterrumpida que requieren, porque tu cerebro simplemente no tolerará un período tan largo sin una dosis".

Aprender a tocar la Obertura de Guillermo Tell de forma afinada, ardiente y conjunta requiere mucha concentración ininterrumpida. Al igual que aprender a tocar con fluidez una escala de si bemol en un clarinete, o contar los tiempos de los silencios en una parte de percusión, o trabajar con los compañeros para crear una composición colectiva. Pero durante las horas que no son de estudio, cada vez más niños están desaprendiendo sistemáticamente la habilidad de la concentración ininterrumpida.

Y no se trata sólo de nuestros hijos. Como me dijo mi amiga, que enseña inglés en la escuela media, "los teléfonos celulares y las redes sociales son lo peor que le ha pasado a la enseñanza y el aprendizaje". Dice que ya no puede conseguir que sus alumnos de octavo grado se sumerjan en los libros que cautivaban completamente a los alumnos de octavo grado hace diez años. "Simplemente no pueden concentrarse", dijo.

¿Cómo podemos ayudar a los niños a aprender a concentrarse? El ejemplo es fundamental; si los propios profesores se concentran de forma dinámica, los niños pueden captar e interiorizar esa energía. La motivación intrínseca también es clave. Cuando los niños resuelven problemas y hacen cosas que les interesan, su capacidad de concentración florece.

Estas cosas las sabemos. Pero nos enfrentamos a mayores dificultades de las que hemos conocido. Más que nunca, los programas del Sistema deben ser crisoles para la investigación sobre la concentración. Creo que debemos -porque podemos- convertirnos en líderes de esta investigación.

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